Debemos salvar a nuestros linces
Es responsabilidad de todos velar por él
Texto: Rubén Marco, Martes, 26 de febrero de 2008
Foto: Fernando Cuenca Romero//cc flickr
Hola amigos; me considero un activista ecologista que desde muy pequeño estoy siguiendo los
“avances” de la cría en cautividad del lince (Lynx pardinus). He enviado varias cartas a los centros de
cría y a las distintas asociaciones ecologistas de algunas alternativas más eficaces que las empleadas
actualmente, pero no se molestan en contestarme ni por cortesía.
El drama para estos felinos al igual que para el resto de depredadores empezó cuando el Generalísimo
Francisco Franco tuvo la “genial idea” en agosto de 1963: el decreto de extinción de lo que él
consideraba alimañas, o sea, como era muy aficionado a la caza, pues todo animal que él consideraba
competidor debía de ser eliminado. Han pasado 50 años y todavía no se han recuperado totalmente
ninguna de las especies perseguidas.
Pero nos vamos a ceñir a nuestro minino, sigue siendo abatido por gente sin escrúpulos: les colocan
lazos, se les envenena, se les atropella, se les deja sin alimento por culpa de los innumerables
cazadores egoístas, se les expulsa de sus territorios con el creciente urbanismo o con la presencia
humana, con lo que al disputarse los mejores territorios de caza suele producirse alguna baja cuando
se pelean, se le confina en pequeñas áreas de monte al construir en sus territorios casas y carreteras,
con lo que se contribuye a que se produzca consanguinidad, para colmo de los males, ahora su mayor
azote son los vehículos, algo que en el siglo que estamos debería ser inadmisible e incomprensible.
Pues con la gran experiencia que la vida nos ha dado, ya deberíamos haber aprendido que eliminar
cualquier especie trae consecuencias negativas para el ser humano.
Para cuando los organismos implicados me den la razón, ya será demasiado tarde, como le pasó al
pobre bucardo, para los neófitos (una subespecie de cabra montesa).
Si lo que se pretende es invertir grandes cantidades de dinero en criarlos en cautividad como único
recurso de evitar su extinción me parece que cometen un error. Está demostrado que este país no está
preparado para ello, hay demasiados intereses económicos, aparte la gente no está concienciada.
Es como el problema de los incendios ¿de qué sirve tanto repoblar los bosques si después hay un
montón de pirómanos capaces de acabar en unos minutos lo que tanto tiempo, trabajo y dinero ha
costado?
Una de mis sugerencias es trasladar los pocos linces que quedan a otro país donde sean más
responsables, y una vez que haya los suficientes (500-600 por región o zona) se repartan de nuevo por
los territorios españoles más adecuados para ellos, siempre y cuando se habilite esas zonas sin que
corran ningún riesgo.
Se tarda mucho tiempo y esfuerzo en lograr que se reproduzcan con éxito para posteriormente
liberarlos, aparte del coste económico que ese hecho conlleva y ver al poco tiempo frustrados ese
esfuerzo al verlos convertidos en alfombras en las carreteras, famélicos por culpa de que unos tipos
egoístas (cazadores) que por capricho les roban su alimentos presa.
También les sugerí el intentar cruzarlos con otras especies para evitar la consanguinidad, al aplicar la
Ley del Sr. Gregorio Mendel, pues así se incrementaría un buen número de linces, ya sea con el Lynx
lynx o con el Lynx rufus.
Si decididamente no fuera posible vallar con cercas todos los tramos de las carreteras por donde
campean con una malla tipo gallinero en forma semicircular en la parte superior para que les sea
imposible superarlas. Si no pudiera ser, ya sea por motivos financieros o burocráticos, ya pueden darse
prisa en visitar El Centro del Acebuche todas esas personas que quieran ver vivos a nuestros linces.
Pues de nada servirá que las autoridades instalen radares o bandas sonoras, algunos lo respetará pero
otros evidentemente no lo hará.
Con lo que no habrá servido para nada toda esa infraestructura. Recuerden ustedes el “éxito” con la
foca monje, cerceta pardilla, cangrejo europeo, la alondra rigotí, malvasía y tantos otros de que no hay
manera que levanten cabeza, por lo menos en este país y con éste gobierno.
Todos, ciudadanos e instituciones, deberíamos contribuir en la medida de nuestras posibilidades para
los que nos sigan en años venideros, puedan seguir disfrutando del placer que supone contemplarlos
libremente por nuestros campos.