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Venganza y resentimiento (1ª parte)


Autor: Beatriz Quintanilla Madero

Miles de manifestantes pidiendo venganza camuflándola de justicia

Ojo por ojo, diente por diente. Esta frase resume la tradición secular de lo que significa para el ser humano “ajustar cuentas”. Su origen es muy remoto y proviene de la famosa ley del Talión que permitía al individuo responder con un daño proporcional al que otro le había causado. Era una manera de aplicar la justicia en los pueblos antiguos, sobre todo en los de origen semítico.
  Con el desarrollo de sistemas legislativos y judiciales, el aplicar la justicia dejó de ser una cuestión “personal”, para convertirse en un asunto que compete, en las distintas sociedades, a la autoridad.
Sin embargo, el impulso de “ajustar cuentas”, desde un punto de vista psicológico, no está sujeto a una ley judicial, porque las emociones, sentimientos, pasiones e impulsos no quedan necesariamente satisfechos por la aplicación de una ley aunque sea justa, ya que éstos pertenecen a la esfera individual de las reacciones psicológicas y fisiológicas del ser humano.
  De este modo, es necesario distinguir entre la venganza como la aplicación de un principio moral, y el sentimiento de venganza o impulso vindicativo como fenómeno psicológico individual.
  El deseo de venganza es una reacción dirigida hacia fuera de uno mismo. A menudo es difícil aislar en una reacción humana una sola emoción. Por ello, para que surja el deseo de venganza, intervienen, necesariamente, diversos factores que se mezclan entre sí. Cuando una persona no consigue lo que cree que merece, o se siente lesionada en sus aspiraciones al bienestar, o ve frustrados sus deseos de posesión, de poder o estimación, puede darse un impulso especial en contra de aquello que le impide obtener lo que desea. Este impulso es el de la “revancha” y su objeto es satisfacer lo que no se ha podido conseguir de otra manera.
  La revancha o afán vindicativo se tiende a identificar con el deseo de venganza, sin embargo, este impulso no se manifiesta siempre de la misma forma. Así, se puede hablar en términos generales, de dos modos del afán vindicativo: la venganza propiamente dicha, y el resentimiento. Se distinguen entre sí tanto por su forma como por su origen.

VENGANZA: DULCE PERO DAÑINA

“En la venganza existe siempre un ajuste de cuentas. Su motivación dice así: Tú me has hecho este daño y debes pagar por él. Sólo sabiendo que el otro sufre igual desgracia, el mismo daño, queda aliviada la conciencia del mal sufrido”.
El sentimiento obtenido por la satisfacción de haber conseguido vengarse se llama desquite, y en él percibimos el cumplimiento de la venganza. En el horizonte objetivo del desquite se halla siempre una persona en el papel del enemigo que ha merecido castigo.
  El desquite es un sentimiento que produce satisfacción y placer, y por ello se dice que “la venganza es dulce”. Dulce, sí, pero dañina. Dañina para la persona que la lleva a la práctica; para aquél en quien se cumple la venganza; y en algunos casos, para la sociedad cuando es objeto de la venganza de un poderoso; o bien, de un pueblo enardecido que lleva a cabo un juicio sumario o un linchamiento sin más averiguaciones.
  La venganza es dañina porque en la práctica no se da de forma pura y aislada, ni pretende exclusivamente pagar un mal con otro mal en una proporción justa. Cuando se lleva a cabo, nuestra percepción generalmente está teñida por otros sentimientos y emociones que originan, la mayoría de las veces, reacciones desproporcionadas al mal sufrido, o al mal que creemos haber sufrido.
  Intervienen también las disposiciones del propio yo hacia la persona u objeto de esa venganza. El impulso a vengarse se complica cuando está presente también el sentimiento del odio. Cuando éste interviene, ya no se desea únicamente pagar un daño con un daño similar, sino destruir al objeto odiado.
  La persona que odia percibe a ese alguien odiado como desempeñando un papel capital en su mundo. El odio hace que el individuo se mueva continuamente hacia el objeto odiado con el fin de destruirlo. De este modo, cuando al fin logra su meta y lo destruye, “tiene una sensación de pérdida; el objeto odiado había llegado a ser realmente un objeto central y estable de creencias y actitudes en torno a este valor negativo”.

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