Historias de venganzas
La venganza silenciosa
El dolor y la decepción hacen que algunas mujeres de delincuentes los denuncien ante las autoridades, una muestra más de que, sea como sea, no hay crimen perfecto.
Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres
ElHeraldo.hn Honduras 09.04.2010 - Carmilla Wyler - siemprecarmillawylerSPAMFILTER@yahoo.es
POR UN CELULAR (Tel. móvil)
El martes seis de abril, en un bus de la ruta urbana, fue asesinada de un balazo en el cuello una niña de trece años de nombre Alexandra. Los asesinos detuvieron el bus, sacaron sus armas y empezaron a robarles a los pasajeros sus pertenencias. Cuando llegaron donde estaba sentada Alexandra, junto a su hermana mayor, le pidieron su teléfono celular. Ella se resistió. Uno de los ladrones le disparó de cerca, quitándole la vida, marcando para siempre a su familia con el dolor, la amargura, el odio y la impotencia, mientras los delincuentes siguen en la calle, armados, drogados y sedientos de robo y de sangre.
¿Cuánto vale la vida en Honduras? ¿Un celular? ¿Hasta cuándo la población estará a merced de la delincuencia? ¿Para siempre? ¿Debe la población hacer justicia por su propia mano? ¡Jamás! Pero las autoridades deben actuar ya y el Estado debe atacar las causas de ese mal que aterroriza a la población constantemente, el mal de la delincuencia que parece no tener fin.
El martes fue Alexandra. ¿Quién seguirá? Hoy, su madre tiene el corazón desgarrado, y su dolor será eterno. La delincuencia es cruel, salvaje e inhumana. ¿Quién será la siguiente víctima? ¿Usted, yo, sus hijos, mis hijos? ¿Servirá de algo decir: basta ya? Esperemos un poco más, solo un poco más. Confiemos en que las cosas empezarán a cambiar.
CAMELIA.
"Una hembra, si quiere a un hombre/ por él puede dar la vida/ pero hay que tener cuidado/ si esa hembra se siente herida…"
Son muchos los casos criminales que la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), ha resuelto gracias al resentimiento de una mujer enamorada que busca vengarse silenciosamente del hombre que la humilla y la denigra, a pesar de su amor y de esa capacidad de sacrificio que tiene siempre la mujer que ama.
ROSEL BARRALAGA. El 25 de febrero fue asesinado de un balazo en el corazón el abogado Rosel Edgardo Barralaga, en una calle de la colonia Miraflores. Los testigos ayudaron a la Policía a hacer un retrato hablado del asesino, se realizó una hipótesis sobre el caso, se concluyó que los motivos fueron pasionales, se acumularon pruebas contra un homosexual obsesivo-compulsivo que siempre fue rechazado por la víctima, se definió la dinámica del crimen y se capturó a un sospechoso. Seis días después este salió en libertad; los testigos no estaban tan seguros de que él fuera el asesino.
MARÍA. El sábado veintisiete de marzo, una mujer triste, pero con fuego en la mirada, se sentó frente a un abogado y dos periodistas en el corredor de una casa de teja y adobe, en una aldea olvidada de Jamastrán, El paraíso. La cita era en su casa de Jacaleapa, a pocos kilómetros de Danlí, pero el miedo a su marido la hizo refugiarse en la casa de sus padres, con sus tres hijos. Ya había perdido la cuenta de los golpes, de las humillaciones, los abusos y los insultos que sufría en lo que ella pensó que sería su hogar, y ya era suficiente. Se fue con él enamorada pero ahora sentía por él solo amargura y resentimiento.
LA CONFESIÓN. Dijo que la noche del veinticinco de febrero ella no durmió cuidando a uno de sus niños que estaba enfermo. Que a eso de las tres de la mañana, su marido llegó a la casa, nervioso, con hambre y apestoso a cigarro y a cerveza. Se desnudó y se acostó en la cama en calzoncillo. Ella le preguntó qué le pasaba y él casi la muerde con la respuesta. Después le dijo que había conseguido un dinero por un trabajo que había hecho en Tegucigalpa y que no se preocupara porque en la mañana iban a llevar al niño a un doctor privado. Y le enseñó una "marqueta de billetes". Ella le dio de comer y él se levantó de la cama para lavarse las manos. Cuando ella quitó el pantalón de la silla en la que él lo había puesto sin doblar, vio dos pistolas envueltas en la camiseta. A ella le extrañó aquello porque aunque él siempre camina armado, nunca con dos pistolas. Pero no dijo nada. Fue él el que le dijo que la iba a mandar a Jamastrán con una de aquellas armas para ver si uno de sus hermanos se la quería comprar. Entonces ella le preguntó por los papeles, porque sabía que su hermano mayor quería conseguir un arma para dársela a uno de los muchachos que trabajan con él en la hacienda. Él le dijo que no tenía papeles, que le tenía que decir a su hermano que la pistola se la daba barata porque "tenía clavo" y que no se preocupara por nada.
LA LLAMADA. El hombre comió, tuvo sexo, hizo planes y puso la cabeza en la almohada para dormirse. Eran casi las cuatro de la mañana cuando lo llamaron a su celular. Tal vez no dormía porque contestó en el acto. La mujer escuchó un ruido en el teléfono pero no pudo escuchar nada de lo que le decían, aunque está segura de que quien hablaba era un hombre. Él dijo dos veces: "¿Seguro que está muerto? Es que no tuve tiempo de asegurarle el tiro. Si se murió fue pura chiripa". Más adelante, dijo: "Está dormida. No se preocupe por ella". Y al final: "Para eso son los amigos".
EL PERIODISTA. "¿Por qué hace esto?" La mujer lloraba, mecía en sus brazos descarnados y llenos de moretes antiguos a uno de sus niños, y respondió con voz ronca: "Porque es un hombre malo. Me golpea desde que me junté con él y ahora sé que tiene otra mujer en Danlí. Y eso no se lo voy a perdonar. Por eso lo hago".
EL ASALTO.
Hace algunos años, en la ciudad de La Ceiba, Atlántida, se cometió uno de los robos mejor elaborados que se han dado en Honduras. Los ladrones organizaron el golpe minuciosamente y al salir se llevaron casi cuatro millones de lempiras.
Los guardias fueron reducidos a la impotencia conforme iban entrando al banco, los empleados fueron amenazados y el gerente fue obligado a punta de cuchillo a abrir la caja fuerte. Los ladrones eran tres y todavía es un misterio la forma en que lograron entrar al banco antes que los empleados. Se sabe que tenían llaves de la puerta que da a un cajero automático pero la Policía no sabe cómo las consiguieron.
EL ROBO. Antes de las nueve de la mañana, los ladrones salieron del banco con varias bolsas llenas de dinero. Se llevaron solo los billetes de alta denominación. Los paquetes de un lempira, de dos y de cinco, quedaron tirados en el piso de la caja fuerte. No valía la pena el esfuerzo. La Policía estaba desconcertada. Las alarmas no funcionaron, las cámaras de seguridad estaban apagadas y los guardias que estaban de turno adentro del banco no supieron en qué momento los delincuentes cayeron sobre ellos. Era un misterio y, después de muchas entrevistas, la Policía quedó como al principio. Tenían muchas sospechas pero no podían señalar a ningún sospechoso. El misterio duró noventa días.
LA DNIC. (Dirección Nacional de Investigación Criminal)
Marcelo estaba de turno en la oficina de denuncias; había sido una mañana tranquila y él esperaba que el día terminara así. Era detective por vocación, le encantaba la investigación criminal y trabajar en la DNIC era algo que siempre había deseado. Por desgracia, las cosas no eran como las había soñado, y pronto se dio cuenta que tratar con delincuentes es como jugar a la ruleta rusa. Pero él seguía adelante.
Eran casi las diez, tenía hambre y bostezaba de vez en cuando. La mujer que le dio los buenos días se veía desesperada y él trató de atenderla cordialmente. Venía a denunciar a su marido por violencia doméstica. Ya no aguantaba los golpes, los insultos, las humillaciones y sus infidelidades. Era hora de decir ¡basta!
Aquello era común en La Ceiba y Marcelo se preparó para escuchar otra historia de golpes, gritos y lágrimas, sin embargo, se llevó una sorpresa. La mujer estaba dolida, pero por dentro. Ella amaba a su marido y siempre dijo que era capaz de dar la vida por él, pero la había herido tanto que ya nada le importaba.
"Yo sé quiénes son los ladrones que se metieron al banco, hace tres meses y medio".
Las palabras de la mujer sonaron en los oídos de Marcelo como un eco lejano. No estaba preparado para eso y le costó algunos segundos digerir las palabras. La mujer esperó a que él reaccionara.
"¿Está segura de lo que dice?" La voz del detective sonaba insegura pero la respuesta de la mujer terminó de despertarlo. "Sí" -le dijo-, estoy segura. Fueron tres: mi marido, fulano de tal, y sus hermanos. Como ahora tienen dinero ya lo miran a uno con las patas. Pero me las van a pagar."
Marcelo no perdió tiempo, llevó a la mujer a otra oficina, llamó a los detectives que investigaban el robo del banco y estos llamaron a un fiscal. Dos horas después, un batallón de la DNIC rodeó la casa de los sospechosos.
LA CAPTURA.
Ahora eran hombres adinerados. Tenían motos nuevas, carros, casas y propiedades. Tres meses antes se ganaban la vida como zapateros, hoy tenían más dinero del que podían gastar. Cuando los detectives los interrogaron, no pudieron coordinar sus mentiras y terminaron confesando. Siguen en prisión.
Uno de ellos reveló los nombres de quien los ayudó en el interior del banco. Hasta hoy no han sido capturados. La cárcel les ha enseñado que el delito no paga y que una hembra si quiere a un hombre, por él puede dar la vida, pero hay que tener cuidado si esa hembra se siente herida. Juzgue usted si Los Tigres del Norte no tienen razón.
Fuente; aquí
Respuesta a los comentarios publicados:
Primero, es falso eso de que no existe el crimen perfecto, pregunten a la policía los miles de casos que quedaron sin resolver, pero esa humillación no les interesa divulgarla. 2º Hay que ser estúpido para confiar en las mujeres, más si las tratas mal y 3º si yo hubiese delatado a mi marido o pareja me largaría a otro país, de la cárcel se sale y esa traición nunca se olvida. Muerte a los traidores/as.